LAS GAFAS DE LEER
Nieto: La verdad es que mi
abuela no gastaba gafas, y sólo se las ponía para coser; eran unas gafas de
metal o alambre plateado, ovalado y muy pequeño, que parecían como otros ojos
delante de los ojos. Y habían sido ya las gafas de su madre, mi bisabuela, que tenía
también la vista cansada; y con ellas veía hasta enhebrar agujas como si tal
cosa, hasta que un día en que para enhebrar un hilo blanco tenía que poner
detrás un paño negro y para enhebrar un paño negro, tenía que poner de fondo
una tela blanca; y aun así.
Narrador: De manera que lo que tenía que hacer
era comprarse unas gafas nuevas. Pero ya nadie vendía gafas, como antes, en las
ferias de acerca del pueblo ni tampoco las llevaban ya los quinceañeros
ambulantes, así que no tenía otro remedio que ir a la capital.
Abuela: No iremos a ningún médico de la vista,
sino a una tienda de gafas. Porque yo no tengo los ojos enfermos, sino que los
tengo cansados.
Narrador: Y también porque había cosido y
bordado mucho a la luz de un candil o de un carburo.
(Nieta y abuela llegan a la capital, van por una calle de las
principales, viendo el coche que tanto la gustaban)
Abuela: Ahora se puede ir en ellos a cualquier
parte, y eso está muy bien, y no como cuando yo era joven que solo había carros
o coches de caballos que tardaban, que se yo.
(La abuela se fija en unas gafas, de anuncio, que sobresalen de una
fachada)
Abuela: Pues aquí mismo entramos y en paz, para
qué vamos a andar dando más vueltas.
Nieto: Perdone, tendría unas
gafas para mi abuela.
Dependiente:
Sí, ahora mismo.
(El dependiente enseña muchos pares, y todas eran de pasta)
Abuela: ¿Y no las tiene de alambre blanco como
la plata o de plata mismo?
Dependiente:
Sí señora, y además están a la moda.
Abuela: A mí la moda no me importa, sino que las
gafas sean buenas.
(El dependiente nos manda pasar entre la gente, a un cuarto al lado y se
puso a encender carteles, con letras de diferentes tamaños para mi abuela)
Abuela: Yo no quiero gafas para leer, porque ya
solo leo de devocionario y este libro tiene las letras tan grandes, que se
pueden leer a simple vista, y además me las sé de memoria.
Dependiente:
Eso no importa, porque si un día quiere echar un vistazo al periódico
las necesitará.
Nieto: Es verdad.
Abuela: Lo que menos me importa es la vida de
los demás, y sobre todo de los que salen en el periódico o en la televisión, ni
lo que pasa en el mundo, que es lo que ha pasado siempre: unos nacen y otros
mueren, unos tienen mucho y otros nada, unos comen y otros miran, vaya novedad.
(El dependiente va a decir algo)
Abuela: ¿Y no tienen ustedes una aguja y un poco
de hilo?
Dependiente:
Voy a buscarlos enseguida.
Abuela: Pero que el hilo sea negro o blanco, no
andemos con andróminas de los hilos de colores.
(La abuela se asoma al aparato y ve las gafas)
Abuela: Y que tal, esos cristales y las gafas
esas de alambre que parecen plata.
Dependiente:
Si vale, solo tengo que poner los cristales.
Nieto: Mientras los traen,
podemos ir a dar una vuelta.
Abuela: Vale, y te compro un helado.
(Caminan un rato y se paran)
Abuela: Sabes porque he comprado unas gafas tan
buenas.
(Abuela y nieto vuelven a la tienda)
Nieto: ¿Por qué, abuela?
Abuela: Porque son para ti, para cuando tengas
la vista cansada como yo, igual ni siquiera tienes que cambiar los cristales.
Abuela: Haber, pruébatelas un momento.
Dependiente:
Si no fuera por los cristales, hasta a su nieto le quedan bien.
(La abuela sonríe al nieto)
Narrador: En todo caso, la armadura de plata
siempre será buena, y cuando él sea mayor y se las ponga, se acordará de ella
al sacarlas de esa funda de color rojo tan bonita, que le dieron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario